El exilio del peregrino: Góngora, Cernuda, Saint
John-Perse, Viel Temperley.
Qué buena oportunidad para rastrear mis lecturas iniciales, aquellos
cuya escritura disfruto. Todo lo contrario a la angustia de las influencias de Harold
Bloom[1],
en mí estos maestros operan con deleite. Estoy convencido de que la escritura
es un proceso colectivo, y cada vez que escribo se desencadenan en ese acto
infinidad de escrituras, tanto pasadas como actuales. Los otros completan e
integran mi obra.
Sin lugar a dudas quienes ocupan un sitial de honor en este pequeño
altar pagano son Luis de Góngora, Luis Cernuda, Saint John Perse y Héctor Viel
Temperley.
Sus libros mes acompañan desde siempre, y cada vez que vuelvo a leerlos
descubro algo nuevo, son una cantera inagotable.
Llegué a ellos de manera azarosa. El primero fue Saint-John Perse. Desde
muy pequeño quise estudiar francés. En mi familia no entendían este deseo, y
posponían mi acceso al idioma de una manera que yo consideraba odiosa. Tanto
insistí que mi madre no tuvo más remedio que anotarme en la Alianza Francesa.
El más chico de la clase era yo, el resto todas mujeres de más de 50 años, y no
sé por qué, en mi memoria, eran mujeres divorciadas, que fumaban y tenían
amantes.
Años más tarde entendí que el
francés era para mí el acceso a la literatura, al idioma del mot juste, y de la libertad.
Una de las primeras lecturas que tuvimos, luego de pasar por Jules
Romain y Camus, fue Saint-John Perse. ¡Qué revelación! Abundancia textual y un
preciosismo, no como puro derroche, sino al servicio del pathos. Mares lejanos,
frutas exóticas, movimientos migratorios, expediciones al corazón del
continente.
En clase sólo leímos unos pocos poemas sueltos. Mi curiosidad me llevó a
conseguir Anábasis, la obra que yo
considero cumbre en la producción de Saint John-Perse. Es un libro clave en la poesía contemporánea
y admirado por grandes poetas; tal es así que T. S. Eliot lo tradujo al inglés
(dos veces) y Ungaretti lo tradujo al
italiano.
Luego en la secundaria, gracias a una inquieta profesora, conocí a
Góngora, y con ello a la prodigalidad del idioma castellano. Recuerdo esas
páginas ajadas, llenas de anotaciones y boletos escolares.
A Cernuda lo descubrí en un número del Diario de Poesía, que tenía un
pequeño ensayo de Dobry sobre Las Nubes. Finalmente, Viel Temperley, llegó a
través de la recomendación de un querido
poeta y amigo.
No es fácil señalar cuál es el denominador común de estos cuatro poetas,
solamente podría esbozar algunas hipótesis.
Las similitudes, en principio, no
se dan en lo formal. El lujo e ingenio barroco de Góngora, desplegado en silvas de versos endecasílabos y heptasílabos (la amplia libertad poética que esto supone convierte
a esta composición en la más moderna de la métrica clásica española, por
su implícita tendencia antiestrófica, y como tal constituye una forma de
transición hacia el verso libre moderno), el que alguna
vez fuera llamado el pecado de Babel; poco tiene que ver con la objetivación de la
experiencia de Cernuda –sobre todo a partir de Las Nubes. Recordemos las pretensiones de poeta andaluz: “Aprendí a
evitar, en lo posible, dos vicios literarios que en inglés se conocen, uno,
como pathetic fallacy (...), lo que pudiera traducirse como engaño sentimental,
tratando de que el proceso de mi experiencia se objetivara, y no deparase sólo
al lector su resultado, o sea, una impresión subjetiva; otro, como purple patch
o trozo de bravura, no condescendiendo con frases que me gustaran por sí mismas
y sacrificándolas a la línea del poema, al dibujo de la composición”[2].
En el collage místico, armado por
fuera de la literatura, de Hospital
Británico de Viel Temperley; quien admitiera que es “un libro de un trepanado. El que escribió ese poema no existe más”[3] ; el dolor rompe
los esquemas clásicos de la producción de sentido, no está en el lenguaje. Comienza
como contenido pero rápidamente pasa al nivel de la forma de expresión[4].
Pareciera que la escritura de Viel es la destrucción de toda voz. Un lugar
neutro, oblicuo. El autor entra en su propia muerte, comienza la escritura.[5]
Esta manera de asumir la literatura guarda
diferencias con la poesía aluvional, la copiosa enumeración censal, catastral y
épica de Saint-John Perse.[6]
Esta humanidad que rebosa en la poesía de Perse, se halla empeñada siempre en
grandes acciones, en grandes construcciones: conquista de tierras remotas,
fundación de ciudades, guía de grandes migraciones, descubrimiento de
continentes, exploración de mares, ayuntamiento de razas.
Sin embargo, hay una concepción
de la literatura que comparten estos autores. Los cuatro pertenecen a una
“literatura menor”, en los términos de Deleuze y Guattari. La literatura menor es
otro nombre para el nomadismo, el nomadismo tiene la figura del tránsito
constante, del constante estar “en medio”, nunca en un final, nunca en un
origen, como El proceso
interminable de Kafka, como los cuentos que parecen no acabar. Como
abandono de la territorialidad de la lengua, el nomadismo es una
desterritorialización, pero que, no obstante, está bajo amenaza de volverse
legal y sedentaria: estar siempre en medio no es tarea fácil, puesto que
siempre se corre el riego de ser seducidos por la trascendencia de un plano de
significancia que nos brinde la seguridad de una certeza, ambrosía del espíritu
sedentario, amuleto para una re-edipización. [7]
Una literatura menor no es una
literatura de un idioma menor. Sino la literatura que una minoría hace dentro
de una lengua mayor.
Por eso los libros de Góngora, de
Perse, de Cernuda y de Viel Temperley están escritos en una especie de lengua
extranjera, como los libros hermosos, tal como señalaba Proust.
Pero es en lo argumental, en el
contenido, donde aparecen las mayores coincidencias. En los poemas de los
cuatro irrumpe un personaje al que vamos a denominar “el peregrino”, pero no es
un peregrino cualquiera, sino un peregrino en exilio.
Este personaje que toma cuerpo en sus obras, a la vez habita en algunos
de sus rasgos biográficos.
Un peregrino es un viajero que visita algún lugar sagrado, casi siempre
por motivos religiosos. Este peregrino en los versos de Góngora, Cernuda, Saint
John-Perse y Viel Temperley, en cambio, viste ropajes seculares y por algún
motivo ha sido desterrado.
El peregrino en exilio es una máscara, un
travestismo literario, que oculta al poeta.
En las Soledades de Góngora,
el protagonista es un peregrino que no sabemos bien de dónde viene ni por qué
abandonó su país, salvo alusiones elípticas a una enemiga amada (algunos interpretan que esa enemiga amada sería la
Corte). Es un naufragante y desterrado.
Las Soledades aparecen en el
mismo momento que la segunda parte del Quijote.
Comparten la tarea de representar una realidad nacional e histórica (el
caballero andante de Cervantes, el peregrino de Góngora).
Góngora nos muestra a un héroe secular, una tensión entre la épica y lo
pastoril.
A lo largo del libro recibe varios nombres: náufrago, peregrino, mísero
extranjero, mancebo, forastero, huésped, extranjero errante.
Si bien sabemos Saint-John Perse escribió Anábasis durante su estadía en China no
hay elementos geográficos que nos permitan localizar la acción del poema en un
determinado espacio, es más bien un espacio mítico. Sin embargo podemos saber
que nuestro personaje inicia su camino en un día de verano cuando el sol se
encuentra entrando en la casa de Leo, muy probablemente el 24 de julio. Un
personaje que es mencionado como “el
extranjero” (bien pudiera ser el peregrino de Góngora).
Este poema es entonces,
un compendio de acciones que dirigen cada una al conocimiento, donde el
peregrino de sí mismo, el conquistador de su propia alma, somete su entorno
para lograr una armonía entre las cosas de los hombres y las cosas del
espíritu; nuestro personaje es un conocedor de los ciclos agrícolas y las tres
antiguas estaciones, cada una representada por un animal diferente; es el sabio
y el guerrero, el amigo y benefactor del poeta, y el poeta él mismo.
En Cernuda, y en especial en su libro Las nubes, el contexto es la Guerra Civil española. Es un libro
sobre la guerra y el exilio, y como ambos temas conectan con España, nos
hallamos ante el más español de los libros de Cernuda. Además, es el libro que
inicia y abre su madurez poética.
Aparecen dos Españas, una atrasada, envidiosa, intolerante y
conservadora, que detesta Cernuda; y otra idealizada de la que sí Cernuda se
siente hijo (tal el caso de los poemas A
Larra, con unas violetas, o Elegía
Española I).
Si bien con Las Nubes,
comienza en Cernuda un cambio estilístico notable, tendiente a la objetivación
de la experiencia, seguramente producto de su contacto con los poetas ingleses;
es posible ver detrás de cada poema la figura errante del peregrino.
El título del libro Las
Nubes probablemente provenga del primer poema en prosa de Le Spleen de Paris, de Baudelaire,
titulado L´Etranger, que reproduce las
preguntas a un enigmático extranjero a quien nada interesa; y cuándo se le
pregunta qué ama, responde que le gustan las nubes. Las nubes, el dolor
sosegado de lo imposible, la segura fascinación de la lejanía. Y evidentemente
cuando Cernuda escribió este libro, era también él un extranjero. Exiliado de
su país, añorante después de una cruelísima guerra, y exiliado además de su
realidad verdadera.[8]
De Viel Temperley tomaremos principalmente Hospital Británico. En este, su último libro, el peregrino es el
propio poeta, quien no abandona su país, ni siquiera su ciudad natal. Su viaje
es paradójicamente sin movimiento. Por lo menos a simple viste. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida.
Voy hacia mi cuerpo”.
Además es un viaje donde se quiebra la temporalidad. Va y viene del
pasado al futuro. El presente queda cercado e inefable.
Hospital Británico recoge algunos textos de libros anteriores de Viel,
como así también textos inéditos. Cada texto está fechado. Corresponden al mes
de marzo de 1986 los únicos textos que no van acompañados de su fecha de
redacción.
Es un libro que no se parece a ningún otro, sólo comparable quizás a
aquella otra rareza como las Memorias de
un enfermo nervioso de Paul Schreber
Vayamos ahora a las vidas de estos poetas. Allí también encarnaron la
figura del peregrino en exilio.
Góngora era un hidalgo desclasado. Escribe para los grandes
terratenientes andaluces como los Medina Sidonia y se dirige a ellos en un tono
de igualdad, pero en su propia vida no logra alcanzar ni el bienestar económico
ni un puesto influyente. Comienza su carrera con una prebenda insignificante en
el escalafón menor de la burocracia eclesiástica de su provincia. Con el
tiempo, sus amigos, le facilitan de vez en cuando una entrada en las filas de
centenares de hidalgos que compiten por la influencia y el aplauso en una
corte, que a partir de la muerte de Felipe II en 1598, tiene cada vez menos
capacidad de favorecerlos de manera satisfactoria. En 1609, Góngora se
encuentra en dificultades en Madrid, siendo víctima, al parecer, de sus propias
indiscreciones en la corte y de la hostilidad creciente de sus rivales (entre
los que ya se incluyen a Quevedo y Lope de Vega). Se retira a Andalucía y entre
1609 y 1617 vive apartado de las intrigas de la corte en una finca cerca de
Córdoba. Allí se dedica a la creación del Polifemo y de las dos Soledades.
Vuelve un pequeño período a Madrid, pero pasa la última década de su vida
luchando contra las deudas y una decaída salud física y mental. Muere en
Córdoba en 1627, en el mismo año en que la Inquisición prohíbe la venta de la
primera edición pública de su poesía.
Cernuda nació en Sevilla, en el seno de una familia pequeñoburguesa y
conservadora; luego de una breve estancia
en Madrid. Pedro Salinas le gestiona un puesto como lector de español en
Toulouse. Vuelve a España, pero con el estallido de la Guerra Civil en 1936, se
marcha a París en calidad de secretario del embajador de la República. Retorna
a España y participa del congreso de intelectuales antifascistas. Luego parte a
Inglaterra, un año antes de la finalización de la guerra civil, a dar una serie
de conferencias. Cuando quiere volver a
España, ante las trágicas noticias, decide quedarse allí. Consigue el puesto de lector de español en la
Universidad de Glasgow. Allí termina de escribir su obra cumbre Las Nubes (libro sobre la guerra y el
exilio). En 1947 consigue un puesto de profesor en una universidad
norteamericana en Massachussets. Finalmente en 1949 se muda a México donde
muere en 1963.
Saint-John Perse, nacido Alexis Léger,
nació en 1887 en la isla francesa de Guadalupe. Alexis
Léger fue diplomático en Pekín de 1916 à 1921, y
se le nombró en 1924 director del gabinete
diplomático de Aristide Briand hasta 1932. Fue nombrado embajador en 1933, y secretario general del ministerio de asuntos exteriores hasta 1940, en
que se exilia a Estados Unidos. El régimen colaboracionista de Vichy le priva de la nacionalidad francesa, que recuperará tras la Liberación.
Saint-John Perse publica su primer libro de poesía Elogios en 1911, Anábasis en 1924, y Exilio en 1942. Obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1960. Su
discurso en la cena de los premios el 10 de diciembre de 1960 ha quedado como un
modelo de elocuencia.
Finalmente tenemos a Héctor Viel Temperley quien nació en Buenos Aires
en 1933. Escribió nueve libros de poesía, entre ellos: Carta de Marear, Legión Extranjera y Crawl. Su último libro Hospital Británico, fue escrito en 1986.
Ese año estuvo internado en dicho hospital, por causa de una intervención
quirúrgica (tumor cerebral). Falleció en 1987.
Viel Temperley rehuía las presentaciones. No formó parte de ningún
grupo. Se mantuvo siempre al margen de la escena literaria porteña.
El exilio de Viel Temperley no fue político, como en el caso de los tres
poetas anteriores, sino que fue un exilio interno. Un peregrino en búsqueda del
éxtasis, así lo confirman diferentes incidentes relatados por él mismo en el
único reportaje que concediera, poco tiempo antes de morir.
“También
recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las
mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía
caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua
en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único
que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era
un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz”.
“Estaba
terriblemente angustiado y me metí en el Santísimo, la iglesia que está acá
atrás del Kavanagh. Sin embargo no soporté estar ahí adentro. Salí, me senté en
el pasto, en la plaza, y tuve de pronto una sensación de éxtasis
extraordinaria”.
“Me
operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi
mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto.
Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto,
y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó
la vida en el mundo”.
Cuatro poetas cuyas vidas fueron puestas en juego en el
texto, cuatro visiones del mundo que comparten un lugar, que no está ni en el
texto ni en el autor, o en el lector; sino que está en el gesto en el cual el
autor y el lector se ponen en juego en el texto y, a la vez, infinitamente se
retraen.[9]
Selección de poemas
Luis de Góngora.
Soledades
Dedicatoria
Al Duque
de Béjar
Pasos de un
peregrino son, errante,
Cuantos me
dictó versos dulce Musa
En soledad
confusa,
Perdidos unos,
otros inspirados.
¡O tú que de
venablos impedido
—Muros de
abeto, almenas de diamante—,
Bates los
montes que de nieve armados
Gigantes de
cristal los teme el cielo,
Donde el
cuerno, del eco repetido,
Fieras te
expone, que — al teñido suelo,
Muertas,
pidiendo términos disformes—
Espumoso coral
le dan al Tormes!:
Arrima a un
frexno el frexno, cuyo acero,
Sangre sudando,
en tiempo hará breve
Purpurear la
nieve;
Y, en cuanto da
el solícito montero,
Al duro robre,
al pino levantado
—Émulos
vividores de las peñas—
Las formidables
señas
Del oso que aun
besaba, atravesado,
La asta de tu
luciente jabalina,
—O lo sagrado
supla de la encina
Lo Augusto del
dosel, o de la fuente
La alta cenefa,
lo majestuoso
Del sitïal a tu
Deidad debido—,
¡O Duque
esclarecido!
Templa en sus
ondas tu fatiga ardiente,
Y, entregados
tus miembros al reposo
Sobre el de
grama césped, no desnudo,
Déjate un rato
hallar del pie acertado
Que sus
errantes pasos ha votado
A la real
cadena de tu escudo.
Honre suave,
generoso nudo,
Libertad, de
Fortuna perseguida;
Que, a tu
piedad Euterpe agradecida,
Su canoro dará
dulce instrumento,
Cuando la Fama
no su trompa al viento.
*Escena de los fuegos de artificio para
anunciar la boda. Contrapunto entre el joven peregrino y el prudente montañés.
El lento escuadrón luego
alcanzan de serranos,
y disolviendo allí la compañía,
al pueblo llegan con la luz que el día 645
cedió al sacro volcán de errante fuego,
a la torre de luces coronada
que el templo ilustra, y a los aires vanos
artificiosamente da exhalada
luminosas de pólvora saetas, 650
purpúreos no cometas.
Los fuegos pues el joven solemniza,
mientras el viejo tanta acusa tea
al de las bodas Dios, no alguna sea
de nocturno Faetón carroza ardiente, 655
y miserablemente
campo amanezca estéril de ceniza
la que anocheció aldea.
De Alcides le llevó luego a las plantas,
que estaban no muy lejos, 660
trenzándose el cabello verde a cuantas
da el fuego luces y el arroyo espejos.
Tanto garzón robusto,
tanta ofrecen los álamos zagala,
que abrevïara el Sol en una estrella, 665
por ver la menos bella,
cuantos saluda rayos el Bengala,
del Ganges cisne adusto.
La gaita al baile solicita el gusto,
a la voz el salterio; 670
cruza el Trïón más fijo el Hemisferio,
y el tronco mayor danza en la ribera;
el eco, voz ya entera,
no hay silencio a que pronto no responda;
fanal es del arroyo cada onda, 675
luz el reflejo, la agua vidrïera.
Términos le da el sueño al regocijo,
mas al cansancio no, que el movimiento
verdugo de las fuerzas es prolijo.
Los fuegos (cuyas lenguas ciento a ciento 680
desmintieron la noche algunas horas,
cuyas luces, del Sol competidoras,
fingieron día en la tiniebla oscura)
murieron, y en sí mismos sepultados,
sus miembros, en cenizas desatados, 685
piedras son de su misma sepultura.
Soliloquio del peregrino
El peregrino, pues, haciendo en tanto
Instrumento el bajel, cuerdas los remos,
Al céfiro encomienda los extremos
Deste métrico llanto:
«Si de aire articulado
No son dolientes lágrimas suaves
Estas mis quejas graves,
Voces de sangre, y sangre son del alma.
Fíelas de tu calma
¡Oh mar! quien otra vez las ha fiado
De su fortuna aun más que de su hado.
»¡Oh mar, oh tú, supremo
Moderador piadoso de mis daños!
Tuyos serán mis años,
En tabla redimidos poco fuerte
De la bebida muerte,
Que ser quiso, en aquel peligro extremo,
Ella el forzado y su guadaña el remo.
»Regiones pise ajenas,
O clima propio, planta mía perdida,
Tuya será mi vida,
Si vida me ha dejado que sea tuya
Quien me fuerza a que huya
De su prisión, dejando mis cadenas
Rastro en tus ondas más que en tus arenas.
»Audaz mi pensamiento
El cénit escaló, plumas vestido
Cuyo vuelo atrevido
—Si no ha dado su nombre a tus espumas—
De sus vestidas plumas
Conservarán el desvanecimiento
Los anales diáfanos del viento
»Esta, pues, culpa mía
El timón alternar menos seguro
Y el báculo más duro
Un lustro ha hecho a mi dudosa mano,
Solicitando en vano
Las alas sepultar de mi osadía
Donde el Sol nace o donde muere el día.
»Muera, enemiga amada,
Muera mi culpa, y tu desdén le guarde,
Arrepentido tarde,
Suspiro que mi muerte haga leda,
Cuando no le suceda,
O por breve o por tibia o por cansada,
Lágrima antes enjuta que llorada.
»Naufragio ya segundo,
O filos pongan de homicida hierro
Fin duro a mi destierro;
Tan generosa fe, no fácil onda,
No poca tierra esconda:
Urna suya el océano profundo,
Y obeliscos los montes sean del mundo.
»Túmulo tanto debe
Agradecido Amor a mi pie errante;
Líquido, pues, diamante
Calle mis huesos, y elevada cima
Selle sí, mas no oprima,
Esta que le fiaré ceniza breve,
Si hay ondas mudas y si hay tierra leve».
*Final de la Soledad primera
Solícita Junón, Amor no omiso,
al son de otra zampoña, que conduce
ninfas bellas y sátiros lascivos,
los desposados a su casa vuelven, 1080
que coronada luce
de estrellas fijas, de astros fugitivos,
que en sonoroso humo se resuelven.
Llegó todo el lugar, y despedido,
casta Venus, que el lecho ha prevenido 1085
de las plumas que baten más süaves
en su volante carro blancas aves,
los novios entra en dura no estacada;
que, siendo Amor una deidad alada,
bien previno la hija de la espuma 1090
a batallas de amor campo de pluma.
Junto a la Carta en respuesta, que escribe Góngora respondiendo a la Carta
de un amigo (atribuída a Lope de Vega); acompaña este soneto, que funciona
como una poética de las Soledades.
Presenta su poema como un pájaro cantor que,
preso en una jaula de envidia y conspiración tramada en la Corte-Ciudad (Madrid),
busca su libertad en la soledad andaluza. Una suerte de Anábasis, tema que
retomaremos en Saint John-Perse.
Restituye a tu modo honor divino
amiga Soledad, el pie sagrado,
que captiva lisonja es del poblado,
en hierros breve pájaro ladino.
Prudente cónsul, de las selvas dino
de impedimentos busca desatado
tu claustro verde, en valle profanado
de fiera menos que de peregrino.
¡Cuán dulcemente de la encina vieja
tórtola viuda al mismo bosque incierto
apacibles desvíos aconseja!
Endeche siempre amado esposo muerto
con voz doliente, que tan sorda queja
tiene la soledad como el desierto.
Luis
Cernuda. Las Nubes
A UN POETA
MUERTO
(F. G. L.)
Así como en la roca nunca vemos
la clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
N o brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de su vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar juntos al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte.
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.
Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
y entre tus propias gentes
y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
U n poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde el viento
Se lleve los sonidos entre juncos
y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.
Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
y luego le
consuela a través de la muerte.
ELEGíA ESPAÑOLA
[1]
Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo por el odio impulsados
Hasta ofrecer sus almas
A la muerte, la patria más profunda.
Cuando la primavera vieja
Vuelva a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?
¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?
Háblame, madre;
y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime
Una sola palabra en estos días lentos.
En los días informes
Que frente a ti se esgrimen
Como cuchillo amargo
Entre las manos de tus propios hijos.
No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus anchos ojos bellos.
Esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.
Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de piedra clara,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.
Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva con nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?
Contempla ahora a través de las lágrimas:
Mira cuántos traidores,
Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada,
Tus hijos sienten oscuramente
La recompensa de estas horas fatídicas.
No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus alas densas cierne,
y oigo su silbo helado,
y veo los muertos bruscos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío
Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.
No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria,
En ruinas los claros dones
De tus hijos, a través de los siglos;
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido.
Tu pasado eres tú
y al mismo tiempo es
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives .
Aunque venga la muerte;
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro.
Que por encima de estos yesos muertos
y encima de estos yesos vivos que combaten,
Algo advierte que tú sufres con todos.
y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son, como sus vidas,
Porque tú eres eterna
y sólo los creaste
Para la paz y
gloria de su estirpe.
A LARRA
CON UNAS
VIOLETAS
[1837-1937]
Aún se queja su alma vagamente,
El oscuro vacío de su vida.
Mas no pueden pesar sobre esa sombra
Algunas violetas,
y es grato así dejarlas,
Frescas entre la niebla, .
Con la alegría de una menuda cosa pura
Que rescatara aquel dolor antiguo.
Quien habla ya a los muertos,
Mudo le hallan los que viven.
y en este otro silencio, donde el miedo impera,
Recoger esas flores una a una
Breve consuelo ha sido entre los días
Cuya huella sangrienta llevan las espaldas
Por el odio cargadas con una piedra inútil.
Si la. muerte apacigua
Tu boca amarga de Dios insatisfecha,
Acepta mí don tan leve, sombra sentimental,
En esa paz que bajo tierra te esperaba,
Brotando en hierba, viento y luz silvestres,
El fiel y último encanto de estar solo.
Curado de la vida, por una vez sonríe,
Pálido rostro de pasión y de hastío.
Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
El farol azulado que te guiara, carne yerta,
Al regresar del baile o del sucio periódico,
y las fuentes de mármol entre palmas:
Aguas y hojas, bálsamo del triste.
La tierra ha sido medida por los hombres,
Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,
Su venenosa opinión pública y sus revoluciones
Más crueles e injustas que las leyes,
Como inmenso bostezo demoníaco;
No hay sitio en ella para el hombre solo,
Hijo desnudo y deslumbrante del divino pensamiento.
y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,
Miserable y aún bella entre las tumbas grises
De los que como tú, nacidos en su estepa,
Vieron mientras vivían morirse la esperanza,
y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
A hermanos irrisorios que jamás escucharon.
Escribir en España no es llorar, es morir,
Porque muere la inspiración envuelta en humo,
Cuando no va su llama libre en pos del aire.
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,
Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas, .
Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.
Libre y tranquilo quedaste en fin un día,
Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.
Es breve la palabra como el canto de un pájaro,
Mas un claro jirón puede prenderse en ella
De embriaguez, pasión, belleza fugitivas,
y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,
Allá hasta la
región celeste e impasible.
IMPRESIÓN DE
DESTIERRO
Fue la pasada primavera,
Hace ahora casi un año,
En un rincón del viejo Temple, en Londres,
Con viejos muebles. Las ventanas daban,
Tras edificios viejos, a lo lejos,
Entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.
Eran señores viejos, viejas damas,
En los sombreros plumas polvorientas;
Un susurro de voces allá por los rincones,
Junto a mesas con tulipanes amarillos,
Retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
Con un olor a gato,
Despertaba ruidos en cocinas.
Un hombre silencioso estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraído al borde de la taza,
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a una fiesta mundana.
En los labios de alguno,
Allá por los rincones
Donde los viejos juntos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.
Tras largas escaleras casi a oscuras
Me hallé luego en la calle,
y a mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquel hombre silencioso,
Que habló indistinto algo
Con acento extranjero. .
Un acento de niño en voz envejecida.
Andando me seguía
Como si fuera solo bajo un peso invisible,
Arrastrando la losa de su tumba;
Mas luego se detuvo.
«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto.» Había
Una súbita esquina en la calleja.
Le vi borrarse
entre la sombra húmeda.
UN ESPAÑOL
HABLA DE SU TIERRA
Las playas, parameras
Al rubio sol durmiendo,
Los oteros, las vegas
En paz, a solas, lejos;
Los castillos, ermitas
Cortijos y conventos,
La vida con la historia,
Tan dulces al recuerdo,
Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
Tu tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
Que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
En ti sola creyendo;
Pensar tu nombre ahora
Envenena mis sueños.
Amargos son los días
De la vida, viviendo
Sólo una larga espera
A fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscaras. Entonces
¿Qué ha de
decir un muerto?
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Este último poema pertenece al libro: Desolación de la quimera.
Saint-John Perse. Anábasis
I
Sobre tres grandes estaciones estableciéndome con honor, auguro bienes al suelo en que fundé mi ley.
Las armas en la mañana son bellas y el mar. A nuestros caballos entregada la tierra sin almendras
nos vale este cielo incorruptible. Y no se nombra al sol, pero su pujanza está entre nosotros
y el mar por la mañana como una presunción del espíritu.
¡Tú cantabas, poderío, en nuestras rutas nocturnas...! En los idus puros de la mañana, ¿qué sabemos del sueño, nuestro mayorazgo?
¡Un año aún entre vosotros! ¡Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública en justas balanzas!
No gritaré a las gentes de otra orilla. Ni trazaré grandes
barrios de ciudades en las laderas con el azúcar de los corales. Pero mi designio es vivir entre vosotros.
En el umbral de las tiendas ¡gloria!, ¡mi fuerza entre vosotros! y la idea pura como una sal celebra sus audiencias en el día.
*
... Frecuenté la ciudad de vuestros sueños y detuve en los mercados desiertos ese puro comercio de mi alma, entre vosotros
invisible y asidua como un fuego de espinos en pleno viento.
¡Tú cantabas, poderío, en nuestras rutas espléndidas...! «En la delicia de la sal todas son lanzas del espíritu... ¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien, alabando la sed, no ha bebido el agua de las arenas en un casco,
le concedo poco crédito en el comercio del alma...» (Y no se nombra al sol, pero su pujanza está entre nosotros.)
*
Hombres, gente de polvo y de todas las costumbres, gente de negocio y de ocio, gente de los confines y gente de más allá, ¡oh gente de poco peso en la memoria de estos lugares!; gente de los valles y de las mesetas y de las más altas pendientes de este mundo en el límite de nuestras riberas; husmeadores de signos, de semillas, y confesores de soplos en el Oeste; seguidores de pistas, de estaciones, levantadores de campamentos con la brisa del alba; oh buscadores de agua en la corteza del mundo; oh buscadores, oh descubridores de razones para irse a otra parte,
no trafiquéis con una sal más fuerte cuando, por la mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas suspendidas en lo alto sobre los vahos del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras
la eternidad que bosteza sobre las arenas.
*
... Con hábito puro entre vosotros. Un año aún entre vosotros. «¡Mi gloria está en los mares y mi fuerza entre vosotros!
A nuestros destinos prometido el soplo de otras riberas y, llevando más allá las semillas del tiempo, el resplandor de un siglo en su apogeo en el fiel de las balanzas...»
¡Matemáticas suspendidas de los bancos de sal! ¡En el punto sensible de mi frente donde el poema se aloja, inscribo este canto de todo un pueblo, el más ebrio,
de nuestros astilleros sacando inmortales carenas!
*
Canción
Mi caballo detenido bajo un árbol
cargado de tórtolas, silbo un silbo tan puro, que no hay promesas a sus laderas
que cumplan todos estos ríos. (Hojas vivas en la mañana son a la imagen de la
gloria…)
Y no es que un hombre no esté triste,
pero levantándose antes del día y manteniéndose con prudencia en comercio con
un árbol viejo, apoyada la barbilla en la última estrella, ve en el fondo del
cielo ayuno grandes cosas puras que giran a placer…
Mi caballo detenido bajo el árbol que
arrulla, silbo un silbo más puro… Y paz a aquellos, si han de morir, que no
vieron este día. Pero de mi hermano el poeta se han tenido noticias. Ha escrito
de nuevo una cosa dulcísima. Y algunos tuvieron de ello conocimiento…
Hécto Viel
Temperley. Hospital Británico.
Voy
hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984)
LARGA
ESQUINA DE VERANO
Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a
oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque la
muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No
quiero ser tocado por los sueños.
Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a
oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque la
muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No
quiero ser tocado por los sueños.
Se
nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de
desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección espero su
estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta
playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de
malla -y sin ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de fósforos de todo
el Tiempo.
desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección espero su
estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta
playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de
malla -y sin ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de fósforos de todo
el Tiempo.
Aves
marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me
separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis
brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada —sin paredes
ni techo— que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de
los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas —y hambre de
Rostro ensangrentado.
separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis
brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada —sin paredes
ni techo— que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de
los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas —y hambre de
Rostro ensangrentado.
Mi
cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de
agua helada en la memoria. Y le pido socorro. (1978)
agua helada en la memoria. Y le pido socorro. (1978)
TENGO
LA CABEZA VENDADA (textos proféticos)
Mi cuerpo—con aves como bisturíes en la frente—entra en mi alma. (1984)
Mi cuerpo—con aves como bisturíes en la frente—entra en mi alma. (1984)
Santa
Reina de los misterios del rosario del hacha y de las brazadas lejos
del espigón: Ruega por mí que estoy en una zona donde nunca había
anclado con maniobras de Cristo mi cabeza. (1985)
del espigón: Ruega por mí que estoy en una zona donde nunca había
anclado con maniobras de Cristo mi cabeza. (1985)
PARA
COMENZAR TODO DE NUEVO
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro
blanquísimo sepultado en la vena. (1969)
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro
blanquísimo sepultado en la vena. (1969)