No es novedad que Mirta Rosenberg es una de las
mejores poetas argentinas, pero con la salida en noviembre de 2012, bajo el sello editorial Bajo la luna, de su
libro El paisaje interior ya no
quedan dudas. Aunque los rankings no
sean santos de mi devoción, hay que señalar que fue uno de los libros más
votados en la encuesta anual que organiza la revista eñe, en medio de una
comentada polémica, ya que en el análisis que hizo Mauro Libertella sobre la
elección del libro del año, El paisaje
interior fue ignorado pese a la cantidad de votos recibida.
Nacida en Rosario, en 1951, Rosenberg publicó: Pasajes
(1984); Madam (1988); Teoría sentimental (1994); El arte de perder (1998); El
árbol de palabras. Obra reunida 1984/2006
(2006).
El paisaje
interior está compuesto por cuatro partes: la primera, “Cosas que se
vuelven nombres”, reúne poemas que se erigen de forma especular y como envíos a
otros escritores, como Iris Murdoch, Gertrude Stein, o James Fenton; la segunda
parte “El paisaje interior”, verdadero corazón del libro, son textos breves que
pueden leerse como un único poema; en la
tercera, “Bestiario íntimo”, Rosenberg presenta poemas de una serie que viene
escribiendo desde hace tiempo, y en “Conversos” incluye traducciones de poesía
en inglés que hizo durante los últimos años.
Hay tres palabras que podrían armar el arco
voltaico de este libro: enlaces, desplazamientos y transformaciones. Enlaces
que tienden un mapa con diferentes vectores, un entramado hacia adentro de la
estructura del libro, otro que dispara diálogos con libros anteriores de
Rosenberg, y finalmente otro abierto tanto a la tradición literaria como a los
contemporáneos.
El primer vector de enlaces se nutre de múltiples
correspondencias desperdigadas en un aparente random poético, pero aquí nada
está librado al azar.
Por ejemplo la mujer aludida en el poema Lo que
dijo ella, perteneciente al Kuruntokai: “Hasta el vasto mundo/ dejó a un lado
su furor/ para dormir.// Sólo yo/ estoy despierta”, podría ser la misma mujer
que en la segunda parte del libro dice: “Si me das por muerta,/ pese al miedo
sigo aquí sentada”.
Una de las ideas que subyace en el magnífico poema “¿Será
la autobiografía”, donde en diálogo con
Iris Murdoch, Rosenberg se plantea la posibilidad de volver a cierta
intensidad, para luego descartarla de plano:“Ay, Iris,¿y si vamos juntas/ a
zambullirnos en Leteo, sin arrepentirnos de nada al día/ siguiente?…¿No
mejoraría mi poesía, su intensidad? ¿No mejoraría? No,/ en verdad, sería lo
mismo aunque peor. Se llenaría de/ adjetivos, de la furia de los sonidos…” podría
seguirse perfectamente en la línea de Kay Ryan, que encontramos en Conversos:
“Deja de pesar sobre nuestros corazones./ Retira tu grandiosidad/ de estas
regiones.
Los años de arder están en retirada, y es una
retirada colectiva, compartida y dedicada. Es notable el aire de complicidad
que se generan en los textos donde las cosas se vuelven nombres: Gertrude
Stein, Iris Murdoch, María Moreno, Olvido García Valdés, James Fenton
Leer este libro es también leer los libros
anteriores de Mirta Rosenberg, en especial Teoría
sentimental. Hay una notoria continuidad y reiteración de ciertos tópicos.
Los limones del maestro Padeletti que afloraban en ese libro: “pero calma,
quedan las palabras y la gracia astringente/ del Maestro, con sus tres limones
en el plato. Dorado-verde/ y ácido, como cosas de muchacho”, también están presentes en El paisaje interior, “la palabra limón,/
tal como mi maestro demostró,/ rima con dragón,/ sobre todo si es dorado/ y
parece un lanzallamas”.
Escalar el monte de las rosas (Rosenberg en alemán
significa monte de las rosas); es decir escalar el yo, que ya se manifestaba en
Teoría sentimental: “Aquí llegué, lo
sé, para escalar esta altura consecuente,/ este lingam de blindada superficie, este monte de las rosas,/ arrasado,
que en mi padre es punto de partida y en mí,/ punto de caída. Te amo: sólo el
vacío es exacto,/ punto de giro”, parece haber alcanzado la cumbre en este
último libro: “Saber dominarse./ sentada con la cabeza/ en las nubes,
contemplar/ cómo pasan, altas, feas,/ disciplinar las ideas, las palabras de un
ejército/ que va de acá para allá/ bajo órdenes del yo/ da pelea, le va mal”.
El
primer poema de su primer libro Pasajes: “La
pasión más fuerte/ de mi vida/ ha sido el miedo.// Creo en la palabra/ (dilo)/
y tiemblo” contiene, como en un círculo
virtuoso, el germen de todo lo que
vendrá después, como en este verso de su último libro: “Sentarse a ser pobre./
Tener miedo.”
El
paisaje interior es un libro de transformaciones que excede la
casuística de la transnominación metonímica. Las cosas vuelven a nombrarse, se
desplazan, devienen otra cosa: “haciendo del error virtud//…haciendo de virtud
verdad…” e incluso se convierten en personas.
En la primera sección del libro: Cosas que se vuelven nombres,
encontramos un vaso verde: “en su vaso de vidrio verde, pasa a llamarse Jaime/
en cuanto traspone la puerta de mi casa./ Jaime me recuerda eso que se pierde…”
que luego se transforma, en la segunda
parte del libro, en el florero de papá: “Ahora gravito más/ más cercana/ a la
raíz que al capullo/ del cerezo ornamental,/ (se está floreando una rama/ en el
florero que era de mi papá)…” y se reencuentra en el poema de Fenton, traducido
en Conversos : “encuentro un jarrón
verde y meto adentro/ unas anémonas que crean buen efecto./ Nada de esto me
engaña ni un momento…”
Un mismo florero que va mutando poéticamente, ya
sea convirtiéndose en una persona, en un símbolo o en una función.
Elogio
del refrenamiento
Todo lo que gana este libro, lo gana perdiendo. Su
divisa es la restricción, acotar y podar lo frondoso para ganar altura. En esta apuesta de ponderación de lo mínimo
cada palabra es necesaria, ya que conforma la estructura inescindible del
poema, y no un mero decorado.
En modo alguno esta poética deja
de lado el pathos, todo lo contrario, pero la forma de exhibirlo es a través
del refrenamiento, tal como lo expresara Chikamatsu Monzaemon: “Considero que el pathos es enteramente una cuestión
de refrenamiento. Cuando todas las partes de un drama están controladas por el
refrenamiento, el efecto es más conmovedor”.
No en vano la segunda parte del libro lleva una
cita de José Watanabe: “y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la
montaña/ sabré que aún no soy la montaña”. El poeta peruano escribió un
artículo en forma de carta, titulado “Elogio del refrenamiento” dedicado a su hija,
Issa Watanabe: “Creo que el refrenamiento, la contención, es el aspecto que más
aprecié de mi padre, el que más me impresionaba. Mis hermanos y yo terminamos
por controlar nuestras expansiones ante él. Nunca nos lo pidió, pero de alguna
manera supimos que él siempre esperaba de nosotros un comportamiento más
discreto, más recogido de maneras. Era una forma de represión, sí, pero no
castrante, sino para estar más cerca del orden natural. La naturaleza, aún
cuando es violenta, no hace aspavientos. Cuando somos aspaventosos estamos
haciendo comentarios agregados e innecesarios a nuestros actos, que son
naturales, todos.”
Construcción
del paisaje: el valle de las sextinas.
¿El paisaje se construye? Sí, el ojo lo hace, y el
oído hilvana los fragmentos. Lo real bordado por el ojo humano. No las cosas
tal como son (fantasía esencialista), sino cómo las recuperamos.
Está claro que en Rosenberg el rigor y la exactitud
formal son una ética. Una palabra aislada atrae grupos magnéticos de melodías y
armonías.
Su labor poética viene a actualizar una de las
polémicas más recurrentes en el flaco y árido espacio de la crítica. La vieja disputa entre verso libre vs. verso
medido se avivó en los últimos años en diferentes medios. ¿Escribir en la
actualidad un soneto o una sextina, es anacrónico?
Por ejemplo, Pablo Anadón en su blog: http://eltrabajodelashoras.blogspot.com.ar/2010/09/la-musica-de-la-poesia-wystan-hugh.html, responde a un texto de Jorge Aulicino: “La defensa
de la rima”
http://campodemaniobras.blogspot.com.ar/2010/07/fraude-o-traduccion-2.html, que
a su vez responde al ensayo de Anadón “Nuevas aproximaciones a la traducción de
poesía en la Argentina”, que se publicara en la revista Fénix: http://www.fenixpoesiaycritica.blogspot.com/.
También en Brasil se
registró una polémica similar, tal el caso del poeta Ricardo Domeneck, en su
blog: http://ricardo-domeneck.blogspot.com.ar/2009/06/aritmetica-sem-bom-manejo.html.
Se recopilaron varios
artículos con esta temática en el libro: “El verso libre” Ediciones del Dock; que
dio lugar a algunas críticas, como la registrada en la revista Planta: http://www.plantarevista.com.ar/spip.php?article98.
Las redes sociales tampoco fueron ajenas a este malentendido;
por ejemplo en Facebook, donde el poeta Marcelo Leites subió un fragmento de un
texto de Denise Levertov que dice: “Sobre la
métrica regular y el verso libre: creo que el uso “nostálgico” de una forma
para poner orden donde aparentemente no lo hay, no es poesía. Creo que debemos
registrar el caos en el que vivimos y lidiar con él; las formas abiertas pueden
permitirnos explorar el caos y ver qué puede ser descubierto allí”. Se generó
allí un interesante debate, en el que por ejemplo Ezequiel Zaidenwerg manifestó: “Mi argumento, para que quede claro, es
que existe excelente poesía tanto metrificada como en verso amétrico, y que es
un sinsentido declarar sin más que toda poesía métrica es obsoleta, nostálgica,
etc”.
Lo cierto es que Rosenberg desde hace tiempo se viene
sirviendo de lo mejor de ambos mundos; ya sea formas fijas o regulares como
libres, de acuerdo a lo que cada poema o libro necesita. Comprende como nadie
el carácter fundacional de la cuestión rítmica, como dijo Olvido García Valdés:
“eso que la hace reconocible entre muchos: su estilo es ritmo, y su estilo es
alguna clase de fe”.
En El paisaje
interior recurre con frecuencia a la rima tradicional, ya sea asonante o
consonante, como a la rima interna. También explora formas métricas
tradicionales como la sextina.
La primera sextina Lo
ferm voler qu'el cor m'intra fue creada
por el trovador provenzal Arnaut Daniel, y es una de las formas más difíciles y
sofisticadas. Ha tenido ilustres cultores, como Luís de Camões, Dante Alighieri, Ezra Pound o Elizabeth Bishop. Se
compone de 39 versos, por lo general endecasílabos, estructurados en seis estrofas de seis versos y una contera
final, de tres versos. En vez de recurrir a la rima tradicional, trabaja con
una “palabra-rima” al final de cada verso, exigiendo la aparición de esas
mismas palabras en una secuencia específica: 123456 - 615243 - 364125 - 532614
- 451362 – 246531.
Este tour
de force técnico produce un ritmo muy especial, una suerte de dislocación del
ritmo, pero una dislocación que obedece a un patrón de desplazamiento y
reubicación.
Rosenberg
utiliza la sextina en los poemas “Manuel”, y
“Con Olvido”, “…pero siempre introduciendo algún elemento de distorsión
que las vuelve imperfectas, deliberadamente”, tal como declarara en el
reportaje que le hiciera Osvaldo Aguirre: http://lasvueltasdelcamino.blogspot.com.ar/2013/01/la-vida-en-la-tension-con-la-escritura.html.
Estas dos sextinas dialogan con la traducción de
“Un milagro para el desayuno” de Elizabeth Bishop.
En ningún caso esta destreza técnica es exhibida con
vano alarde, sino que la comprensión de la forma define su universo semántico.
Devenir
animal
Como parte de las transformaciones señaladas,
encontramos una metamorfosis especial en el bestiario que integra la tercera
parte del libro.
“…Bestiario es algo que vengo escribiendo
desde hace más de dos décadas. De tanto en tanto escribo un poema sobre un
animal, que sirve como recordatorio de algún hecho importante de mi vida, una
suerte de calendario privado que pienso seguir incluyendo en lo que publique,
en la medida que aparezcan nuevos poemas…” manifiesta Mirta Rosenberg, en la
entrevista que le realizara Ezequiel Alemian para la revista eñe: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Mirta-Rosenberg-paisaje-interior_0_851314991.html
Desde la
levedad del gato que sabe de antemano que nadie lo querrá como querría, a la
voracidad de la morena carnicera. Ya sea
la risa inexplicable de la hiena o la imaginación de los perros, ponen en
escena aquello que Deleuze denominaba: devenir animal.
La relación
entre animal y humano no funcionan en El
paisaje interior como oposición sino como simbiosis. Es una reflexión
acerca de lo que significa esta simbiosis como imagen de lo que podríamos
pensar como el “alma” humana: de nuestro ser, al mismo tiempo animal y humano.
Un devenir-animal. Lo que importa no es
la diferencia entre animal y humano, sino la relación.
Se
trata de aprender a pensarse como una afinidad, más que como identidad o
mimesis; una afinidad que además se ancla ya no en la mismidad sino, al
contrario, en la pluralidad. Este
vínculo, la potencia de esta relación o su proyección hacia el devenir, hacia
la propia transformación con y a través del otro, en el tiempo.
“Si
alguien querría ser una tortuga/ sería yo:/ hacer de una sección cónica/ mi
propia sede prehistórica/ alojada en la espina dorsal”.
Ultimar
la biografía
El título
del libro proviene del término: inscape,
acuñado por Gerard Manley Hopkins y que suele traducirse erróneamente por
esencia, entonces Rosenberg optó por traducirlo literalmente, y eso es el
paisaje interior.
Es una mirada que viaja y atraviesa el yo, pero no
para reponerlo intacto, sino para suturar la herida, y esa herida es la
escritura misma. Ya lo dijo Mandelštam: “El poeta, en cuanto contemporáneo,
(...) es lo que impide al tiempo formarse y, a la vez, la sangre que debe
suturar la ruptura”.
Una poesía como condensación de sentido y como
acción de vaciado (no el vacío). Una poesía que se despliega
extraterritorialmente para luego buscar adentro, en el inscape, algún tipo de
anclaje frente a la intemperie de la lengua materna. Por eso Rosenberg arma,
como nueva esperantista, una casa bilingüe.
La columna vertebral del libro es la segunda parte,
donde lo corpóreo tiene un protagonismo absoluto. La posición y posibilidades
del cuerpo definen la concepción espacial y establecen un nuevo punto de vista, donde la cabeza reina y disciplina al yo
“obstinada en ganar altura,/ acontecer allá arriba,/ gobernar. El paisaje/
interior, Manley Hopkins,/ sangra por la herida,/ sutura el yo…”.
La cabeza está en alto, pero en cada poema la orden
es sentarse. Una inmovilidad que obliga
a bajar el centro de gravedad, “más cercana/ a la raíz que al capullo/ del
cerezo ornamental” para terminar en una casa tan chica “que es mi casa de las
palabras”. En esa casa se teje la autobiografía para disciplinar el vicio del
yo. Obedecer, sentarse y al último acto.
Rosenberg
nos ahorra el murmullo previo del poeta, los prolegómenos y los apuntes
preparatorios para ir directo al corazón del asunto. Se distancia de lo real, y
a través de enlaces, desplazamientos y transformaciones, propone a lo real
nuevas posibilidades de ordenamiento.
Alejandro Méndez.